martes, 1 de enero de 2008

Los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras

A propósito de las fiestas, de la Navidad (y toda esa cuestión de la paz y el amor en los corazones) y sobre todo a propósito de Año Nuevo le toca, o se siente uno en la mecánica obligación, de hacer inventario.
¿Por qué? Parece que como nuestra especie ha perdido todo contacto con el mundo natural, con las estaciones, los climas, las mareas y los ciclos de vida y muerte; se ha tenido que inventar sustitutos, un poco burdos, de renovación y reciclaje. El más decisivo y devastador: El Año Nuevo.
Estuve atenta este año y me visitaron todos los espíritus que el genio de Dickens ya nos había profetizado en su bello cuento. Yo hubiera preferido el invierno y luego la primavera. Hubiera sido mejor el cuarto menguante y la luna llena. Pero nosotros los humanos necesitamos fantasmas, para revisar nuestros pesados equipajes y ser capaces de seguir nuestro viaje, más ligeros.
En mi caso no fueron tres visitantes del inframundo, fueron algunos. No se si es mi tendencia a exagerar, mi fascinación por lo oculto o mi innata complicación femenina; pero mi vida emocional está llena de espectros. Y así, sin ningún tipo de pudor literario o personal, aquí se los presento:
El fantasma de la Pérdida.-. Este fantasma nos recuerda todos esos escenarios pasados, todo lo amado que ya no está (por mil y un razones, estúpidas y válidas). Nos pone insoportablemente melancólicos y nos da por regresar una y otra vez en búsqueda de esa distorsión del recuerdo, que nos pinta las cosas mucho mejor de lo que en realidad fueron.
El fantasma de lo Probable.- Este es el fantasma de lo hipotético, de lo que pudo ser y no fue, pero que nos luce en el país de lo imaginario, tan bello, tan bueno. Perverso fantasma que nos seduce con sus imágenes humeantes de posibilidad, de alegría, de perfección. Nos hace sentir tan pobres con nuestras realidades profanas. Mentiroso al fin, porque su trampa es que nunca podremos comprobar si lo que nos muestra hubiera sido así de feliz.
El fantasma de lo Inacabado.- Este es el espectro de todo lo que pensamos hacer, emprender, iniciar y quedó en utopía, todas las ideas nobles y geniales que fueron sólo eso, suplencias de actividad, placebos para el dolor que nos causa la vida, cuando no se parece en nada a lo que esperamos de ella. Barros no utilizados por nosotros creadores de pacotilla y pereza. Odioso e implacable fantasma de lo inconcluso. (Y bueno hasta Beethoven tuvo una sinfonía inacabada…)
El fantasma de lo Crónico.- Este fantasma nos señala esa parte adictiva de nuestra vida, esos odiosos vicios que son feos y nos joden la vida por donde quiera que los miremos. No estoy hablando por supuesto de esa famosa –y jugosa- manzana bíblica de la tentación, que a la larga tiene su dulzor y seducción, no, yo estoy hablando de esas cojeras sin encanto, esos tics nerviosos del alma, que no nos dejan en paz, que somos incapaces de dejar atrás. A estos achaques del espíritu les importa muy poco que el año, la década, el siglo se acaben, ellos siguen jodiendo con toda su devoción y meticulosidad. Y a este fantasma le divierte la misión de meter el dedo en la llaga, de apuntar con su mano huesuda a todos los focos infecciosos de la piel, de la mente y del corazón.
El fantasma de lo Decadente.- El espectro de lo que se nos ha marchitado y sólo aquellos que algún día han sido lo bastante entusiastas –o ilusos- de llevar una plantita a sus casas y prometerle amor y cuidados eternos, saben que no hay nada más triste que a uno se le marchite un ser vivo que estaba bajo sus cariñosos y responsables cuidados jardineriles. Esa es la sensación cuando te visita este fantasma, te duele la ilusión que le pusiste a todas esas plantas de las que nos vamos llenando la vida, de cómo soñamos con sus flores o su sombra y de cómo con el dolor de nuestra alma un buen día tenemos que aceptar –luego de mirar entristecidos sus despojos de ramas secas y hojitas inexistente- que hay que declararlas oficialmente marchitas, desocupar el macetero y hacerles un entierro digno. Lo que nos dio ilusión empezar, a lo que le dedicamos maternales cuidados (si mis masculinos lectores, todos llevamos una madre adentro, no se asusten) pero nunca floreció, ni dio fruto.
Pudiera seguir entreteniéndolos –o aburriéndolos, nunca se sabe- con todos los espíritus que me visitaron, como ya les conté, son muchos, creo que en el fondo más que consideración por ustedes es pereza de invocarlos en mi cabeza y plasmarlos en estas letras ociosas. Talvez el próximo año me anime a presentárselos a todos. O quién sabe si entonces, no sean tantos los que me visiten.
Más allá de este compulsivo inventario que todos hacemos de una u otra manera, más allá de los productos que se nos robaron, de los que se nos caducaron en la bodega, de los pedidos que los proveedores nunca entregaron, en fin, la vida me luce ahora más que un “debe” y un “haber”, no es factible de matemáticas o contabilidad, sólo de agallas y sentido del humor. Si me faltara alguno de estos dos ingredientes, me sentiría más asustada que cuando me visitaron todos mis fantasmas.