martes, 18 de diciembre de 2007

¿Por qué me gustan las historias?

Hace unas noches fuí con un querido amigo a ver a unos cuenteros. Resulta que hay gente loquísima que con desparpajo muy natural se dedica a contar historias a los que las quieran escuchar. Pasamos una noche deliciosa.
Por mi parte tengo la mala costumbre de que cada vez que escucho una historia me siento niña de nuevo (y eso dado todo el kilometraje, ya es bastante que decir) Y es que estos alquimistas de los hechos, agarran una historia cualquiera y la convierten en carnaval, comparsa, canción.Desde sus muy particulares corazones condimentan las palabras tan bien que uno se saborea hasta los puntos y las comas. La imaginación no tiene que hacer mucho trabajo, porque ellos con sus gestos sinceros te lo dibujan todo.
¿Por qué me gustan tanto las historias? Hay tantos recuerdos y pasiones mudas que se me caducan callados hasta que llega una historia; me gustan las historias porque en ellas encuentro voces que no poseía. Me gustan las historias porque son la única puerta confiable al corazón del otro (ya sea el que escucha o el que cuenta) Me gustan las historias porque son una colorida forma de sabiduría y de amor.
Mi deseo es que nunca estemos tan ocupados para las historias, que siempre podamos escucharlas, contarlas, recontarlas. Que nos inspiren, que nos cuestionen y que hasta nos confundan; pero que nunca nos dejen como antes.
Ojalá estos cuenteros no se nos cansen nunca, que siempre nos deleiten con su sencilla magia que nos regala voces y alivios, que tanto necesitan nuestros abrumados corazones. (Gracias Ángela Arboleda, Carlos Henao y Antonella Rossi por esa noche niña)
Así que si alguna vez algún amigo les propone escuchar a un cuentero, están advertidos sus bellas historias se les van a meter en la piel y el corazón para poder ser muchos al mismo tiempo, para reinventar la vida siempre.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Mi hombre perfecto

Creo que a veces me siento una científica loca, quisiera tomar una parte de todos mis amores, los primeros, los últimos, los inolvidables, los fugaces, los que nunca me dejaron del todo y construir un monstruoso hombre perfecto.
Me gusta fantasear con la idea porque es una divertida manera de recordar lo mejor de cada uno, porque me ayuda a no sentirme tan idiota de haberlos amado alguna vez, de una manera u otra, a todos. Quisiera armar este rompecabezas inverosímil y creer que es posible esa idea niña del hombre perfecto para ti (ese que está por ahí afuera y que toda tía acomedida te dice que no te canses de esperar).
Quisiera extirparle la ternura a ese amor primero que me escribía cartas y me dedicaba bellas canciones. En honor al amor apasionado, a la primera concupiscencia, quisiera sacarle el fuego de las manos a aquel muchacho con el que descubrí el deseo. Para no olvidar lo prohibido, lo escondido y lo ilícito, me gustaría quedarme con toda la alevosía de aquel amor furtivo. Quisiera agregar también todo el gentil e inteligente cortejo de ese tonto amor platónico que nunca llegó a nada.
Entonces, ¿Cómo sería este híbrido sentimental? Seguramente sería espantoso, imposible de amar, demasiado tierno, demasiado apasionado, demasiado amable, demasiado caballero. ¿Cuál es el punto de esperar a un mutante de esta naturaleza? ¿Sería posible el amor con un hombre hecho con los retazos de mi exigencia?
Estoy segura de que no. Por lo tanto, me quedo con lo rústico, con lo profano, con lo incompleto. Me quedo con lo real, me quedo con la carne, me quedo con los huesos. Para amar, está el presente con toda su imperfección y para recordar nos quedará siempre la mala costumbre de imaginar que todo fue perfecto. Gracias a todos mis amores que me han hecho más exigente en el recuerdo y totalmente aventurera en la piel.