domingo, 9 de agosto de 2009

Por supuesto Silvio...

De cualquier letargo, sea este mental, ideológico, o como en mi caso, literario, sólo te saca algo que te desborde. Y este fenómeno de desbordarse es muy inusual en nuestras vidas de media estadística y rutinas robóticas. Estamos sumergidos en emociones tibias, formalidad y mil convencionalismos, que nos tienen instalada una tremenda modorra en el corazón (y todos saben que un corazón soñoliento no tiene mucho que decir).Entonces es allí cuando llega al rescate ese desborde, que nos toma por sorpresa.

Me tomó completamente desprevenida esta experiencia y fue mejor así. Mi naturaleza súper analítica me hubiera arruinado la espontaneidad, de haber tenido más anticipación (¡ el cerebro racional todo lo vuelve profano!) me hubiera pertrechado de un educado decoro. Mi alegría (y por eso he vuelto a mi abandonado planeta) es que perdí todo decoro y esa es la única forma de experimentar felicidad.

El trovador cubano Silvio Rodríguez, venía a dar un concierto en mi ciudad, hecho que causó revuelo entre mi círculo de amigos. Todos andábamos ilusionados, felices, desbordados. Lo curioso es que, contrastando con nuestra locura, el resto del mundo reaccionaba con pasmosa indiferencia.Creo que a todos nos agarró una especie de desconsuelo, como cuando un niño está jugando solo en su cuarto y mira a su alrededor y no hay nadie allí, que comparta, o aunque sea, que observe, su júbilo, su gozo.

En este estado de ánimo tuve la oportunidad de comentarle acerca de mi emoción, a una persona a la que le tengo un profundo afecto, aunque conozco hace muy poco tiempo. Le decía a propósito de la amistad (es un tema recurrente en todas mis conversaciones) que ese fin de semana íbamos con mis amigos al concierto de Silvio, le dije: sus canciones son tan geniales que si les quitan la música, son poesía y se les quitan la letra, son sinfonías, las dos cosas juntas te llevan a hermosos estados alterados de conciencia, Silvio es una privada droga para mí, concluí muy satisfecha de haber explicado todo lo que su música había significado y significaba para mí.

Así lo creí hasta que estuve ahí sentada, en esa silla plástica, escuchando su voz vibrar en esa hermosa noche. Puedo confesar ahora, que fue un viaje surrealista a todas las dimensiones que considero importantes en mi vida: la amistad, la música y los inventarios personales.

Silvio fue pretexto, motivo y accidente, para que aquellos que yo intuía, recordaba, mis amigos, viviéramos esa alucinante experiencia de la resonancia. La amistad, en este sentido, se parece muchísimo a la música, se necesitan silencios, acordes, claves, pero sobretodo, pasión por la belleza y el retumbo.


Como todo verdadero artista, él manejó esa noche, esa misteriosa magia de transmutar palabras, sonidos, colores, en otra cosa, en algo tan poderoso (como aquel incomprensible Aleph de Borges) que es capaz de: hablar de todos nosotros, de hablar de sí mismo, de hablar de ti, de hablar de mí, de hablar de cualquiera, de hablar de nadie y de callar, todo al mismo tiempo. Ese es el mejor método (el único efectivo talvez) de hacer inventario; pues nuestra historia es insondabilidad y contradicción. Silvio me ayudó con mi inventario, como siempre.


En definitiva, Silvio hizo su maravillosa alquimia, nosotros cantamos y vivimos esa embriaguez de mezclar su música con la amistad . Fue muy hermoso y quisiera prestar palabras del mismo Silvio en su bella canción Al final de la segunda luna, para darle los últimos retoques a este cuadro surrealista que he intentado pintar aquí:

Hay otra dimensión desconocida

Más fuerte que la muerte y que la vida

Más sustancial que el mundo y su belleza

Que nace y muere siempre donde empieza

Estar como se está, como se siente

Es más claro y más negro que decirlo

Que tratar de explicarlo

Por eso ya no sigo

Sólo quise decir:

Que es tremendo estar vivo

Esta entrada está dedicada a mis entrañables amigos: Andrea, Marcela, Carlos, Jota y Rafael. Gracias por compartir esta bella adicción conmigo.