martes, 14 de octubre de 2008

Datación, registrando el clima de la vida

Hace unas semanas estaba viendo un documental de Arqueología, muchas cosas interesantes, ¡el pasado tiene tanto que enseñarnos! Sin embargo, no fueron esas fantásticas civilizaciones las que llamaron mi atención, fue más bien un detalle fútil. Los expertos hablaban de la datación por los anillos de los árboles o (disculparán tremendo término técnico) dendrocronología. Éste método consiste en hacer cortes transversales en añosos árboles y estudiar los anillos que se van formando bajo sus cortezas, reflejando las condiciones climáticas en las cuales han crecido. La humedad adecuada produce anillos anchos, la sequía produce anillos estrechos. ¡Cuán exacta puede ser la Madre Naturaleza!

Mientras en la pantalla desfilaban devotos científicos, con graciosos pantaloncillos cortos hurgando en el lodo, yo me quedé maravillada con la idea de poder medir el tiempo con sólo observar unos anillos, silenciosos testigos de los vientos, los calores y las tormentas. Me preguntaba si nosotros, desorientados mortales, tendríamos algo parecido debajo de nuestras cortezas...

Me deleito ahora en la posibilidad de hacerme un corte transversal; para ver mis anillos, para recordar mis climas, mis sequías, mis tormentas. Sería más sencillo calcular que tan vieja o añosa debo ser, qué datación me corresponde por naturaleza. A la larga esos números que usamos son un instrumento engañoso.

Luego del documental, mi curiosidad me llevó a investigar más acerca de esto. Mi fuente explicaba que no sólo se observan los anillos de un árbol y se calcula su edad de acuerdo a eso, si no que se lo puede tomar como referencia para hacer cálculos acerca de los otros árboles que habitan la misma región, ya que han crecido bajo similares condiciones climáticas. Me pareció simpático que podamos calcularnos nuestras edades naturales colectivamente. Preguntarnos ingenuamente: ¿Parece que tú y yo tuviéramos la misma edad? ¿Cómo ha estado el clima en tu vida estos últimos treinta años? A lo mejor encontramos un montón de coetáneos y la empatía que estábamos buscando para comprender la locura de nuestros climas privados.

Aprendí muchas cosas acerca de la dendrocronología (sentidas disculpas por utilizar este tecnicismo nuevamente), entendí también que como todo método de medición no es ni perfecto ni exacto. Existen hormigas que viven dentro de los árboles, que con sus galerias destruyen anillos completos y hacen imposible la datación. Ojala nosotros no suframos de semejantes plagas, pestes que nos hagan olvidar nuestros meteorologías.


Ojala que por muy malo que haya estado el clima de nuestra vida, recordemos que han sido sus inclemencias y sus bondades, las que nos han hecho robles, cipreses, ceibos y sauces. Ojala seamos añosos, felices y sabios árboles.

Esta entrada para esos seres fantásticos que son los árboles... ah y Gracias a la Wikipedia por enseñarme sobre datación.

lunes, 19 de mayo de 2008

La vida, esa intensa experiencia sensorial

Gracias por la paciencia, a todos aquellos visitantes fieles, ya deben haber adivinado que lo mio no es la constancia, sino la emoción del impulso. Disculpas por lo pasado y por adelantado también. (Para que nos vamos a engañar)
El pasado fin de semana estuve en un cata de vinos. Sí, así como lo leen. Nació del entusiasmo (e ignorancia en el tema) de un grupo de amigos y de la gentileza y paciencia de otro, apasionado por los vinos y ese delicioso mundo de sabores, olores y colores.
Todo lo verdaderamente bello tiene un ritual. Todo lo intrínsicamente humano debe empezarse siguiendo un protocolo y las parafernalias para que el alma y el cuerpo entren en calor. Así lo hicimos esa noche, en la cual mi mejor lección fue recordar cómo sabe la vida cuando nos damos tiempo para degustarla.
Mi amigo, el instructor, nos explicó que aquello no era una cata sino una degustación, pues de haber sido una cata en el sentido más estricto y técnico de la palabra, hubiéramos tenido que saborear el vino por unos segundos y luego... ¡Escupirlo en un recipiente! Idea que como adivinarán no tuvo gran acogida entre los presentes. ¿Dónde se ha visto que un guayaquileño va a desperdiciar de esa manera ninguna bebida alcohólica?
El primer detalle interesante fue que para decepción de muchos (¡la mía!) no pudimos empezar con el asunto, apenas abiertas las botellas. ¿Por qué? Ahí viene mi primer aprendizaje, el buen vino tiene que respirar, expandirse. Yo, en mi bendita manía de maquinar tonterías, imaginé a este vino joven desperezándose después de una cálida siesta en su cama de roble. Nadie lo culpa, después de todo encierro estamos entumecidos, mudos y un poco perezosos, no estamos listos para despedir todos nuestros aromas y sabores.
Mi amigo había insistido antes en extender un mantel blanco en la mesa donde estábamos sentados. Yo pensé que se estaba estresando mucho con ese detalle, que me parecía mera etiqueta, que más da si el mantel es rojo o azul. He aquí el segundo detalle, luego de tener el esperado protagonista de la noche en nuestras copas, mi amigo nos pidió que las inclináramos , para que así la luz transparentara el rubí de aquel exquisito frappato. ¡Ah el contraste fue bello, sobre ese limpio mantel de nieve! La confrontación es imposible si no hay claridad. Se necesita lo blanco, llano, vacio para contrastar. Cualquier otro fondo es ilusión, es miopía.
Finalmente, la hora de la verdad. Luego de las metódicas explicaciones de nuestro querido instructor, luego de que nos hizo caer en cuenta de todo el religioso proceso que hace posible el vino, luego de recordarnos que en cada trago se podía adivinar su peregrinar de uva, de roble, de frutas, de especias, de corcho, de botella, de encierro y de espera, ese famoso bouquet, del que escuché hablar tantas veces me sorprendió y embriagó de una manera nueva. Pensaba en que no puedes apreciar ningún nectar, si desconoces su trajín, su deambular. Si no tienes idea del por qué de su olor, de su dejo, de su pigmento, talvez el único placer burdo y común que consigas sea la borrachera.
Fue una noche divina de quesos, vino y conocernos. Fue también otro viaje para mí. Me gusta vivir mis experiencias como ajetreos felices, que me ayudan a abrir los ojos, a agudizar el olfato, a despertar el paladar. porque a la larga, qué es la vida sino lo que nos va dando la gana que sea.
Gracias Sebastian por compartir tu pasión con nosotros. Gracias, porque tu elixir granate me emborrachó con una nueva cordura. Nunca más me enojaré con la mudez del que se despierta, le daré su tiempo y seré paciente, para luego dejar que me regale todo su bouquet reposado y dulce. Recordaré que necesito una nívea mente para distinguir los contrastes que me esperan y me paladearé la vida como fruto de un delicioso vagabundear por imaginarios viñedos, barricas de roble y brillantes copas de cristal.
¡Salud!
(Dedicado a mi querido instructor Sebastian Cardenas y a todos los degustadores de esa noche)

jueves, 20 de marzo de 2008

La amistad... ¡Ese misterio!

La amistad ha sido un tema casi obsesivo para mí desde que tengo memoria. Siempre me ha parecido un concepto misterioso, inasible, bello. Por eso escribir acerca de él me saca rápidamente de mi pereza de meses de haber abandonado a mi pobre planeta.

Estos últimos meses he estado embelesada observando a mis amigos, reflexionando qué implica "ser amigo", qué particulares constituciones se escriben para definir la vida dentro de este escurridizo pais de la amistad. Más que respuestas tengo un montón de preguntas, quién sabe si alguno de ustedes tenga una respuesta y quien sabe si aún mejor, otras preguntas más coloridas e infantiles que las mías.

¿Qué hace posible que haya amigos que estén cerca de uno, tan cerca que parecen estar más cerca que uno mismo? ¿Cómo es posible que te lean con escalofriante claridad el corazón? ¿Cómo es posible que estén al tanto de tus tormentas, de tus manías, de los vegetales que no te comes, de qué tan caliente te tomas el café, tus amores fallidos (tantos!), tus inconsistencias? Estos amigos imprescindibles están ahí para que la vida pase de ser una comedia romántica, a un delicioso y complejo drama de Woody Allen: con un sabor conocido, pero que a la larga no se te parece a nada que hayas visto antes.

¿Qué tienen esos otros amigos recién llegados ? ¿Qué tienen en su rostro, en su estar en el mundo, que te pueda urgir a entregarles tus claves secretas, las llaves de los múltiples candados de todas tus neurosis? ¿Qué arbitraria la química de la atracción y el disfrutarse? ¿Cómo es posible que ellos se pongan al día tan fácilmente? ¿Cómo pueden ganarse tu confianza, tu simpatía, tu afecto? Parece que estos amigos que nos hemos encontrado en los atajos de la vida, en los lugares y momentos donde se supone no debíamos estar, son perfectos para nosotros y hacen que la casualidad parezca una ruidosa broma cósmica.

¿Cómo se llamará a ese iman fantástico de los "amigos de toda la vida"? ¿Qué fuerza nos mantienen unidos en el tiempo y la distancia? ¿Cómo logramos burlar a la vida que nos propone caminos dispares, a lo mucho paralelos? ¿Cómo hacemos para encontrarnos cada vez y seguir desde nos habíamos quedado, en la intimidad, en el cariño? Estos amigosaurios (término acuñado por mi hermana) nos seducen con la idea de que la amistad es para siempre, que el cariño no es ninguna plantita que hay que regar, el cariño es el cariño y punto. Nos seguimos queriendo porque nos da la gana!

¿Qué pasa con esos amigos con los cuales la línea es borrosa? ¿Qué pasa cuando la amistad se vuelve un concepto tan prepotente que nos arruina incluso romances potenciales? ¿Qué pasa cuando nos atraemos, pero valientes (o ingenuos...) decidimos que preferimos ser amigos? ¿Qué pasa con el fuego, qué pasa con la ternura, qué pasa con la cercanía? Estos amigos... vamos a llamarles "borrosos" se empiezan a volver importantes para nosotros, pero no sabemos definir exactamente por qué (si por la mezcla o el peligro).

Si tuviera que explicarle a un ser de otro planeta cómo es esto de la amistad, estaría en un tremendo lío. Especialmente si sus expectativas de respuesta son matemática: ¿Cuánto tiempo debo conocer a una persona para considerarla mi amiga? ¿Cuántas veces debemos salir al cine, a comer, a emborracharnos, a bailar, a fregar, a conversar, a tomar café para cambiar el estatus de conocido a amigo? ¿Qué tantos secretos, metidas de pata, desamores, obsesiones debo confesarle para construir la intimidad? Lo único qué podía responderle a nuestro imaginario alienígena sería ¿...? para acto seguido invitarlo a tomarnos un cafe y conversar, porque la única forma de que entienda es que pase por todas esas ordalías y rituales que nos llevan misteriosamente a ese país llamado amistad.

Este enredo de preguntas se los dedico a mis amados amigos (Marilú, Gus, Andrea, Marcela, Carlitos, Jota, Mariana, Augusto, Mirna), ojala que mis preguntas resuenen con las suyas, ojala que la amistad sea eterna y siempre nueva. Gracias por el caminar,

martes, 1 de enero de 2008

Los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras

A propósito de las fiestas, de la Navidad (y toda esa cuestión de la paz y el amor en los corazones) y sobre todo a propósito de Año Nuevo le toca, o se siente uno en la mecánica obligación, de hacer inventario.
¿Por qué? Parece que como nuestra especie ha perdido todo contacto con el mundo natural, con las estaciones, los climas, las mareas y los ciclos de vida y muerte; se ha tenido que inventar sustitutos, un poco burdos, de renovación y reciclaje. El más decisivo y devastador: El Año Nuevo.
Estuve atenta este año y me visitaron todos los espíritus que el genio de Dickens ya nos había profetizado en su bello cuento. Yo hubiera preferido el invierno y luego la primavera. Hubiera sido mejor el cuarto menguante y la luna llena. Pero nosotros los humanos necesitamos fantasmas, para revisar nuestros pesados equipajes y ser capaces de seguir nuestro viaje, más ligeros.
En mi caso no fueron tres visitantes del inframundo, fueron algunos. No se si es mi tendencia a exagerar, mi fascinación por lo oculto o mi innata complicación femenina; pero mi vida emocional está llena de espectros. Y así, sin ningún tipo de pudor literario o personal, aquí se los presento:
El fantasma de la Pérdida.-. Este fantasma nos recuerda todos esos escenarios pasados, todo lo amado que ya no está (por mil y un razones, estúpidas y válidas). Nos pone insoportablemente melancólicos y nos da por regresar una y otra vez en búsqueda de esa distorsión del recuerdo, que nos pinta las cosas mucho mejor de lo que en realidad fueron.
El fantasma de lo Probable.- Este es el fantasma de lo hipotético, de lo que pudo ser y no fue, pero que nos luce en el país de lo imaginario, tan bello, tan bueno. Perverso fantasma que nos seduce con sus imágenes humeantes de posibilidad, de alegría, de perfección. Nos hace sentir tan pobres con nuestras realidades profanas. Mentiroso al fin, porque su trampa es que nunca podremos comprobar si lo que nos muestra hubiera sido así de feliz.
El fantasma de lo Inacabado.- Este es el espectro de todo lo que pensamos hacer, emprender, iniciar y quedó en utopía, todas las ideas nobles y geniales que fueron sólo eso, suplencias de actividad, placebos para el dolor que nos causa la vida, cuando no se parece en nada a lo que esperamos de ella. Barros no utilizados por nosotros creadores de pacotilla y pereza. Odioso e implacable fantasma de lo inconcluso. (Y bueno hasta Beethoven tuvo una sinfonía inacabada…)
El fantasma de lo Crónico.- Este fantasma nos señala esa parte adictiva de nuestra vida, esos odiosos vicios que son feos y nos joden la vida por donde quiera que los miremos. No estoy hablando por supuesto de esa famosa –y jugosa- manzana bíblica de la tentación, que a la larga tiene su dulzor y seducción, no, yo estoy hablando de esas cojeras sin encanto, esos tics nerviosos del alma, que no nos dejan en paz, que somos incapaces de dejar atrás. A estos achaques del espíritu les importa muy poco que el año, la década, el siglo se acaben, ellos siguen jodiendo con toda su devoción y meticulosidad. Y a este fantasma le divierte la misión de meter el dedo en la llaga, de apuntar con su mano huesuda a todos los focos infecciosos de la piel, de la mente y del corazón.
El fantasma de lo Decadente.- El espectro de lo que se nos ha marchitado y sólo aquellos que algún día han sido lo bastante entusiastas –o ilusos- de llevar una plantita a sus casas y prometerle amor y cuidados eternos, saben que no hay nada más triste que a uno se le marchite un ser vivo que estaba bajo sus cariñosos y responsables cuidados jardineriles. Esa es la sensación cuando te visita este fantasma, te duele la ilusión que le pusiste a todas esas plantas de las que nos vamos llenando la vida, de cómo soñamos con sus flores o su sombra y de cómo con el dolor de nuestra alma un buen día tenemos que aceptar –luego de mirar entristecidos sus despojos de ramas secas y hojitas inexistente- que hay que declararlas oficialmente marchitas, desocupar el macetero y hacerles un entierro digno. Lo que nos dio ilusión empezar, a lo que le dedicamos maternales cuidados (si mis masculinos lectores, todos llevamos una madre adentro, no se asusten) pero nunca floreció, ni dio fruto.
Pudiera seguir entreteniéndolos –o aburriéndolos, nunca se sabe- con todos los espíritus que me visitaron, como ya les conté, son muchos, creo que en el fondo más que consideración por ustedes es pereza de invocarlos en mi cabeza y plasmarlos en estas letras ociosas. Talvez el próximo año me anime a presentárselos a todos. O quién sabe si entonces, no sean tantos los que me visiten.
Más allá de este compulsivo inventario que todos hacemos de una u otra manera, más allá de los productos que se nos robaron, de los que se nos caducaron en la bodega, de los pedidos que los proveedores nunca entregaron, en fin, la vida me luce ahora más que un “debe” y un “haber”, no es factible de matemáticas o contabilidad, sólo de agallas y sentido del humor. Si me faltara alguno de estos dos ingredientes, me sentiría más asustada que cuando me visitaron todos mis fantasmas.